La tarde en
que mi amiga Mariate me comunicó su decisión de realizar su primera maratón en
el MAPOMA 2013, le contesté con bastante crudeza que no contara conmigo para
apoyarla. No recuerdo una reacción tan egoísta por mi parte desde… no lo
recuerdo. Por eso quizá sentí un pinchazo en el estómago y tras medio segundo
añadí que en cualquier caso estaría con ella ese día haciendo los últimos
kilómetros.
Antes de
llegar a ese 28 de abril 2013 han pasado muchas cosas. Y para empezar pasaron
muchas cosas hace justo un año. MAPOMA 2012 fue para mí un día muy amargo,
acompañando a mi amigo Leo los últimos metros hasta meta sosteniéndolo por los
hombros, tambaleándose, con una camilla esperando en meta e interminables horas
esperando noticias de su mujer desde el hospital donde pasó 24 horas hasta que estabilizó
sus constantes vitales. Por eso este maratón significaba hasta ayer para mí solo
angustia.
También está
la parte más objetiva, esto es, el esfuerzo extremo que para cualquier cuerpo,
incluso para el más entrenado, suponen 42,195 kilómetros. Es cierto que este
riesgo se mitiga con un buen entrenamiento, con un duro, constante y
disciplinado entrenamiento; pero Leo estaba bien entrenado, el mejor preparado
aquel año de entre los que hicieron aquella maratón en el club, pero algo en su
cuerpo falló, no en su cabeza que fue la que le llevó hasta meta en el último
kilómetro, algo simplemente no funcionó, y todo el que se enfrente a esta
distancia ha de ser consciente de ello.
No cumplí de
todas formas aquella amenaza inicial a Mariate, no podía. Y he intentado todos
estos meses de preparación animarla y vigilarla en la misma medida; con
palabras de apoyo cuando los kilómetros iban aumentado, con advertencias para
que cumpliera todos los entrenamientos (única manera de maximizar la
probabilidad de éxito), y con consejos severos para que cuidara su anemia y
también su descanso. Todo eso era necesario para cumplir tres objetivos: que
cruzara la meta, que la cruzara sana y salva, que la cruzáramos juntas. Porque
no nos engañemos, yo también necesitaba cruzar esa meta; como lo necesitaba Leo
y por eso acompañó a Susana 30 kilómetros: para cruzar esa meta, cruzarla sano
y salvo, cruzarla consciente.
Sin más
rodeos, ayer fue el gran día y el objetivo se cumplió. Y después del éxito es
inevitable dejarse llevar por el entusiasmo: día frio pero ideal para una
distancia tan larga, Madrid animando, una carrera inteligente a ritmo constante
y controlado, la justa y necesaria hidratación y un cuerpo bien entrenado que
funcionó perfectamente hasta la línea de meta. Esto, sin embargo, no es nada
excepcional y podría ser narrado por cualquiera de los corredores que terminaron
el MAPOMA 2013. Pero quizá pocos podrán decir que ángeles de la guarda les
guiaron hasta meta. Cuatro ángeles (Paula, Sabine, Tania y yo) que intentamos
que nunca se sintiera sola, con los bolsillos llenos de plátano, geles,
Réflex,… lo que necesitara, que cogimos y portamos agua para que ella solo
tuviera que correr, que abríamos camino y anticipábamos consejos para abordar
las cuestas, para aprovechar las bajadas, que hablábamos y reíamos para que los
kilómetros pasaran más rápido y el esfuerzo se hiciera más liviano.
Y por esto
último, no os engañéis, no es solo una maratón, es un acto de amistad. Una
amistad extraña que se ve en el entrenamiento una vez a la semana, que se habla
media hora en el calentamiento, 2 minutos en los descansos entre series (“¿cómo
vas?”, “no puedo más”, “venga solo queda una”), y apenas 10 minutos más en el
estiramiento. Poco tiempo para una amistad compartida en el esfuerzo, en el
sacrificio y en un objetivo común: superarse. Y por eso una amistad que nunca
falla, que inexplicablemente siempre está donde y cuando la necesitas. Ángeles
que te guardan, demonios que corren persiguiendo un segundo menos y una sonrisa
compartida más.
Gracias
Mariate por otorgarme el privilegio de guardarte.