No he considerado nunca que tuviera algún talento
en especial, ni en lo físico ni en lo psíquico. Nada en especial en lo que
pudiera destacar deportivamente, o en el terreno intelectual. Lo que se
diría de lo más normal. Tan solo hay una cosa en la que creo destacar: en
tesón y disciplina. Y lo que haya podido conseguir en mi vida (con
mayor o menor éxito) ha sido gracias a la constancia. Así, he luchado siempre
por las cosas que quería, aun cuando ni siquiera confiaba del todo en mis
capacidades, siempre inasequible al desaliento.
Ahora, sin embargo, empiezo a pensar que esto de la
fuerza de voluntad está sobrevalorado. Y que estas frases tan manidas
últimamente del tipo "todo es posible" quedan muy bonitas en grandes
titulares pero han ir acompañadas de instrucciones de uso.
Y es que he decidido rendirme. No de todo, pero sí
de algunas cosas, de aquellas de las que el precio que se paga es mucho mayor
que la recompensa por obtener. Para mí, ahí está el límite. Y no es un fracaso,
al contrario, a un reconocimiento de que hay otras metas más adecuadas a
nuestras capacidades, momentos vitales, y deseos verdaderos.
Nos empeñamos en retos y superaciones personales
alentados por aquello del "si quieres puedes"… y no es del todo
cierto. Por ejemplo, todo corredor popular sueña con hacer algún día una
maratón, es "el sueño". Pues bien, con mi altura y constitución
simplemente su preparación me supone un dolor físico que no me compensa el
momento de cruzar la meta. Decidí por tanto correr carreras cortas, sin
sufrimiento (opcional siempre) y con mucho disfrute.
Creo que abandonar algo no
es una derrota, al contrario, es más inteligente por nuestra parte si el nuevo reto a
abordar se ajusta más a nuestras capacidades, o nos ayuda a desarrollar o
descubrir alguna que no teníamos o desconocíamos, y en ello disfrutamos del
camino recorrido. Y que el premio final ha de ser siempre suficiente y mayor al
esfuerzo que requiere conseguirlo.