sábado, 7 de diciembre de 2013

Una generación mejor


Pertenezco a la generación de principios de los 70, la que aún pudo vivir el fin de la dictadura y ser consciente de la vuelta de la democracia a España, la que pudo darse cuenta de lo que era la falta de libertad, de educación, de posibilidades, y pudo comenzar a expresarse libremente, educarse cualquiera que fuera su situación económica, y empezar a soñar con ser algo diferente y mejor a lo que fueron sus padres. Y soy de esa generación que pensó que se comería el mundo y ha sido devorada por ese mundo del que participó pasivamente, sin visión de lo que quería que fuera en su futuro, y olvidando el pasado del que venía, los valores y los aprendizajes de sus orígenes. Pudimos tenerlo todo, pero no nos dimos cuenta de que no todo era tener. Ahora nadie se atreve a reconocerlo, yo lo recuerdo, que muchos de los que acababan sus estudios en las facultades de Ciencias Económicas y Empresariales a principios de los 90 tenían un referente, una ambición, Mario Conde: creo que no hace falta añadir nada.

Hace pocos días le preguntaban a Eduardo Madina, el actual secretario general del Grupo Parlamentario Socialista del Congreso, qué era para él ser progresista en estos días, y contestó que es “construir nuestro futuro con los valores de nuestros abuelos”. No sé si esto es progresismo, me importa realmente poco, pero coincido plenamente en que es momento de pararse a reflexionar de dónde venimos y recuperar aquello que denostamos, que dejamos de lado, aquello que nos enseñaron y no aprehendimos.

Sociólogos europeos se asombran de cómo la sociedad española está gestionando la crisis gracias a la familia cómo núcleo que palía los problemas de falta de trabajo o de menores ingresos. Nuestro abuelos y padres, sin muchos estudios, están sabiendo afrontar estas situaciones con templanza y sentido común utilizando muchos de ellos la experiencia de ya haber situaciones similares, y la serenidad que les ha dado el saber lo que realmente importa. Mientras, nosotros, esa generación del 70 y las inmediatamente posteriores, con carreras, idiomas, masters, acceso ilimitado a información, seguimos sin saber que queremos ser, y muchas dudas sobre cómo llevarlo a cabo, sea cuál sea la ambición.

El siempre polémico Arturo Pérez-Reverte decía recientemente que España necesita una generación de niños que sepa el valor de las cosas, educada en la austeridad, en que todo cuesta, que nada viene dado, que tenga la certeza del desastre y también la de que puede haber un hombre mejor. Esa será sin duda una generación mejor que la mía.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Sin Madrid 2020


Ha transcurrido una semana de la no consecución de la ciudad de Madrid de la organización de los Juegos Olímpicos de 2020. Y después de varios días de análisis sobre las causas de la pérdida, ahora solo nos queda tristeza, silencio, la decisión de no presentar la candidatura para 2014 y las bromas sobre el inglés de Ana Botella. Que sí, que siempre nos queda el humor pero qué igual el nivel medio de los españoles no es muy superior al demostrado por la actual alcaldesa de Madrid… para pensarlo.

Los días siguientes estuvieron llenos de reacciones de todo tipo, todos ellos lugares comunes de la sociedad y cultura españolas, todos ellos contrarios a la crítica constructiva y el aprendizaje: visionarios que decían “yo ya lo dije”, miradas a otro lado, culpas a otros, victimismo (siempre nos toca a nosotros), complejos de inferioridad (no pintamos nada), y complejos de superioridad que encajan mal las derrotas. Y mis preferidas, las de intelectuales que tildaban de desperdicio el dinero gastado en la candidatura, y reclamaban que el previsto para el evento (ya fallido) debería ser empleado en salud, educación y cultura. Conclusión: el deporte no es salud, ni educación ni cultura. Y caí en la cuenta que esta era otra creencia bien arraigada en este país. Y así nos va, y no me refiero a los éxitos deportivos con los que afortunadamente estamos viviendo una época de ellos repleta. Hablo de que el deporte además de ser indispensable para mantener una buena salud, conlleva valores educativos fundamentales como la superación, la tolerancia al fracaso, el sacrificio, la solidaridad y respeto al otro, todos ellos muy carentes en la sociedad española. Así que sí, estoy de acuerdo, destinemos ese dinero previsto a Madrid 2020 a salud, educación y cultura, y por favor como parte de ellos al deporte, al deporte y la educación de base para que puedan acabar formando parte natural e indisociable de la vida y cultura españolas, y no solo estandartes y fuentes puntuales de alegría colectiva en forma de victorias de Rafa Nadal, la selección de fútbol, de basket, de balonmano, de waterpolo, de tantos…

Y sí, estoy triste: mi ciudad no será olímpica, las federaciones ven recortados sus presupuestos, y las becas ADO se reducirán sin patrocinadores que ya no tienen a la vista unas olimpiadas. Fernando Romay publicó un twitter con un link a la canción “I will survive” diciendo que esto era lo que le quedaba a muchos deportes minoritarios: sobrevivir. Pero de esto se habla poco, muy poco, nada, no será importante…

martes, 27 de agosto de 2013

Kop kun ka (o gracias en tailandés)



A veces es tan fácil…

  
A veces pasan cosas sencillas, y por ello extraordinarias.

Pasa que la luz es blanca, el aire fresco y el sol calienta suavemente. Que olvidamos los prisas, los miedos, las murallas; y miras a los ojos del que tienes a tu lado y ves todo, y no ves nada, solo luz, blanca luz.

A veces pasa que el tiempo y el lugar carecen de sentido. El tiempo no existe en la quietud, el lugar es tan solo circunstancial; y así, el abismo del espacio infinitesimal entre nosotros se desvanece.

Recordaré estos días cuando la rutina llegue y la crispación se vindique rompiendo la quietud. Recordaré esas manos llenas de calidez, las palabras silentes clamando por fin paz, y esos ojos serenos con fondo de mar. Y lo haré fácil y sencillo, para que aquellos instantes imposibles se repitan y vuelvan nuevos a nosotros, haciéndose también extraordinarios.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Camino por recorrer

El pasado domingo se celebró la décima edición de la Carrera de la Mujer en Madrid, y un año más la finalicé dudando si volveré a correrla el año próximo. Y es que año tras año me genera sensaciones muy contradictorias.


Para comenzar, su objetivo principal, que es recaudar dinero para la investigación y lucha contra el cáncer de mama es incuestionable y diría que imprescindible. Sin embargo me parece que la cuantía por inscripción a ello destinado es muy escasa, perdiendo por tanto su verdadero espíritu original. Le sumo a esto la tristeza que me produjo ver que tras acabar la carrera, sus participantes se abalanzaban a los stands de las marcas que ofrecían muestras gratuitas de sus productos, mientras el de la Asociación Española Contra el Cáncer que vendía por unos simbólicos 5 euros unas gafas de sol y recogía donaciones, estaba completamente vacío.

Esta carrera ha servido y sirve para que muchas mujeres comiencen a correr, y esto, en un país donde la cultura del deporte en general y en particular en femenino tiene aún mucho rango de mejora, me alegra enormemente. Sin embargo considero que cultura del deporte no incumbe solamente a quien lo practica, sino a la sociedad en general. Y aquí, lamentablemente, el camino por recorrer es aún inmenso. Porque si el deporte fuera valorado y respetado no ocurriría que intentes entrar en primera línea de salida para correr (correr!!!) en tu tiempo y ritmo y sea prácticamente imposible, como sucedió este domingo igual que los años anteriores. Porque insisto en que me alegra y respeto a todas las mujeres que participan (corran, troten, anden,… / madres, abuelas, nietas,…). Pero, ¿por qué no respetan que yo quiera correr?. No es difícil (creo) entender que las corredoras hemos de salir al principio sin que las “caminantes” nos entorpezcan, evitando adicionalmente que las atropellemos y podamos caernos (ambas). Hay lugar para todas, y hay que entender cual es el lugar de cada una, para que TODAS podamos disfrutar. Así que no entiendo que se anteponga la satisfacción del ego que supone salir “la primera”, frente al respeto del deseo y objetivos de todas y cada una.

Y para acabar, me sorprendió agradablemente que los telediarios del mediodía emitieran reportajes amplios sobre el evento. Eran imágenes teñidas de rosa y palabras exultantes de mujeres recién llegadas a meta: “las mujeres podemos con todo”, “somos unas luchadoras, que se sepa!”, “todas juntas podemos!”, que más parecían una exaltación de la lucha del género femenino que palabras de ánimo y apoyo a las mujeres que tengan o pueden llegar a padecer el cáncer. Así que, y un poco avergonzada, me pregunto si es que los hombres no pueden con ello, si es que no merecen también nuestro apoyo…, que igual es bueno no mezclar los temas.

martes, 30 de abril de 2013

Ángeles que corren


La tarde en que mi amiga Mariate me comunicó su decisión de realizar su primera maratón en el MAPOMA 2013, le contesté con bastante crudeza que no contara conmigo para apoyarla. No recuerdo una reacción tan egoísta por mi parte desde… no lo recuerdo. Por eso quizá sentí un pinchazo en el estómago y tras medio segundo añadí que en cualquier caso estaría con ella ese día haciendo los últimos kilómetros.

Antes de llegar a ese 28 de abril 2013 han pasado muchas cosas. Y para empezar pasaron muchas cosas hace justo un año. MAPOMA 2012 fue para mí un día muy amargo, acompañando a mi amigo Leo los últimos metros hasta meta sosteniéndolo por los hombros, tambaleándose, con una camilla esperando en meta e interminables horas esperando noticias de su mujer desde el hospital donde pasó 24 horas hasta que estabilizó sus constantes vitales. Por eso este maratón significaba hasta ayer para mí solo angustia.

También está la parte más objetiva, esto es, el esfuerzo extremo que para cualquier cuerpo, incluso para el más entrenado, suponen 42,195 kilómetros. Es cierto que este riesgo se mitiga con un buen entrenamiento, con un duro, constante y disciplinado entrenamiento; pero Leo estaba bien entrenado, el mejor preparado aquel año de entre los que hicieron aquella maratón en el club, pero algo en su cuerpo falló, no en su cabeza que fue la que le llevó hasta meta en el último kilómetro, algo simplemente no funcionó, y todo el que se enfrente a esta distancia ha de ser consciente de ello.

No cumplí de todas formas aquella amenaza inicial a Mariate, no podía. Y he intentado todos estos meses de preparación animarla y vigilarla en la misma medida; con palabras de apoyo cuando los kilómetros iban aumentado, con advertencias para que cumpliera todos los entrenamientos (única manera de maximizar la probabilidad de éxito), y con consejos severos para que cuidara su anemia y también su descanso. Todo eso era necesario para cumplir tres objetivos: que cruzara la meta, que la cruzara sana y salva, que la cruzáramos juntas. Porque no nos engañemos, yo también necesitaba cruzar esa meta; como lo necesitaba Leo y por eso acompañó a Susana 30 kilómetros: para cruzar esa meta, cruzarla sano y salvo, cruzarla consciente.

Sin más rodeos, ayer fue el gran día y el objetivo se cumplió. Y después del éxito es inevitable dejarse llevar por el entusiasmo: día frio pero ideal para una distancia tan larga, Madrid animando, una carrera inteligente a ritmo constante y controlado, la justa y necesaria hidratación y un cuerpo bien entrenado que funcionó perfectamente hasta la línea de meta. Esto, sin embargo, no es nada excepcional y podría ser narrado por cualquiera de los corredores que terminaron el MAPOMA 2013. Pero quizá pocos podrán decir que ángeles de la guarda les guiaron hasta meta. Cuatro ángeles (Paula, Sabine, Tania y yo) que intentamos que nunca se sintiera sola, con los bolsillos llenos de plátano, geles, Réflex,… lo que necesitara, que cogimos y portamos agua para que ella solo tuviera que correr, que abríamos camino y anticipábamos consejos para abordar las cuestas, para aprovechar las bajadas, que hablábamos y reíamos para que los kilómetros pasaran más rápido y el esfuerzo se hiciera más liviano.

Y por esto último, no os engañéis, no es solo una maratón, es un acto de amistad. Una amistad extraña que se ve en el entrenamiento una vez a la semana, que se habla media hora en el calentamiento, 2 minutos en los descansos entre series (“¿cómo vas?”, “no puedo más”, “venga solo queda una”), y apenas 10 minutos más en el estiramiento. Poco tiempo para una amistad compartida en el esfuerzo, en el sacrificio y en un objetivo común: superarse. Y por eso una amistad que nunca falla, que inexplicablemente siempre está donde y cuando la necesitas. Ángeles que te guardan, demonios que corren persiguiendo un segundo menos y una sonrisa compartida más.

Gracias Mariate por otorgarme el privilegio de guardarte.