Pertenezco a la generación de principios de
los 70, la que aún pudo vivir el fin de la dictadura y ser consciente de la
vuelta de la democracia a España, la que pudo darse cuenta de lo que era la
falta de libertad, de educación, de posibilidades, y pudo comenzar a expresarse
libremente, educarse cualquiera que fuera su situación económica, y empezar a
soñar con ser algo diferente y mejor a lo que fueron sus padres. Y soy de esa
generación que pensó que se comería el mundo y ha sido devorada por ese mundo del
que participó pasivamente, sin visión de lo que quería que fuera en su futuro,
y olvidando el pasado del que venía, los valores y los aprendizajes de sus
orígenes. Pudimos tenerlo todo, pero no nos dimos cuenta de que no todo era
tener. Ahora nadie se atreve a reconocerlo, yo lo recuerdo, que muchos de los que
acababan sus estudios en las facultades de Ciencias Económicas y Empresariales a
principios de los 90 tenían un referente, una ambición, Mario Conde: creo que
no hace falta añadir nada.
Hace pocos días le preguntaban a Eduardo
Madina, el actual secretario general del Grupo Parlamentario Socialista del
Congreso, qué era para él ser progresista en estos días, y contestó que es
“construir nuestro futuro con los valores de nuestros abuelos”. No sé si esto
es progresismo, me importa realmente poco, pero coincido plenamente en que es
momento de pararse a reflexionar de dónde venimos y recuperar aquello que
denostamos, que dejamos de lado, aquello que nos enseñaron y no aprehendimos.
Sociólogos europeos se asombran de cómo la
sociedad española está gestionando la crisis gracias a la familia cómo núcleo
que palía los problemas de falta de trabajo o de menores ingresos. Nuestro
abuelos y padres, sin muchos estudios, están sabiendo afrontar estas
situaciones con templanza y sentido común utilizando muchos de ellos la
experiencia de ya haber situaciones similares, y la serenidad que les ha dado
el saber lo que realmente importa. Mientras, nosotros, esa generación del 70 y
las inmediatamente posteriores, con carreras, idiomas, masters, acceso
ilimitado a información, seguimos sin saber que queremos ser, y muchas dudas
sobre cómo llevarlo a cabo, sea cuál sea la ambición.
El siempre polémico Arturo Pérez-Reverte
decía recientemente que España necesita una generación de niños que sepa el
valor de las cosas, educada en la austeridad, en que todo cuesta, que nada
viene dado, que tenga la certeza del desastre y también la de que puede haber
un hombre mejor. Esa será sin duda una generación mejor que la mía.
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